Se podría objetar que lo otro como totalmente otro, lo desconocido, lo extraño, parece producir mas bien miedo y no fascinación. Es el miedo a la oscuridad en el niño, el miedo a un lugar desconocido que se supone lleno de peligros, el temor al extraño imaginado como el bárbaro, el salvaje, cruel y perverso. Ciertamente, en estos ejemplos tenemos miedo y no fascinación. Para que esta se presente debe haber algún elemento de atracción placentera, pues lo horroroso produce de por sí un alto grado de displacer y lo común o normal es el intento por salir o huir de ese estado.








